La faena ideal
Prototipo de una faena triunfal en los tiempos actuales
Temporada 2024: el año de la vuelta de Enrique Ponce

El primer toro es muy chico, cornigacho, cerrado de pitones. Un profesional elogia: «Muy bonito de cara». Pero advierte: «Es alto; las patas, muy largas; las pezuñas, demasiado gruesas. Con esas hechuras, ¿cómo va a embestir?»
El toro sale huido. El diestro no ... lo recoge, ni lo fija: lancea despegado, se pone a dar chicuelinas. La res pierde las manos. Estallan olés.
Colocan al toro debajo mismo del caballo. El matador hace gestos teatrales de que no lo piquen, el picador levanta el palo. Pide el cambio, no da ni un lance. Un entendido aclara: «Lo está cuidando».
En el brindis al público, la montera cae boca abajo: el público se entusiasma. El diestro se echa de rodillas: piden música. En el tercer muletazo, mirando al tendido, la res se derrumba, quedan toro y torero en la arena, genuflexos: ¡lo nunca visto! Se pone de pie el matador, logra que también se levante el toro. En el primer estatuario, vuelve a rodar. Sentencia el entendido: «Le está exigiendo mucho». Suena el pasodoble.
Asombra con pases cambiados, por la espalda. Como la embestida es cansina, el toro tropieza la muleta. Recurre a los muletazos invertidos, llevando al toro hacia fuera; cierra la serie mirando al tendido, sonriente; se agarra a los cuartos traseros, da un par de vueltas y se arrodilla delante del toro: clamor general.
El toro se ha parado definitivamente. Anticipa el entendido: «Ahora viene lo bueno». El diestro se mete entre los pitones, los roza con el muslo, desafía a un animal moribundo, tira al suelo la muleta. Ponderan los taurinos: «¡Vaya un arrimón!» El tendido entero se ha puesto en pie, aclamando al diestro.
Toma la espada, da unos muletazos por la cara. Aclara un entendido: «Está buscando la cuadratura». Se coloca muy lejos del toro, avanza con el brazo extendido; cuando llega cerca del toro, se va hacia la izquierda, sorteando el pitón, y clava; lógicamente, la espada ha quedado atravesada pero los peones hacen la rueda y el toro dobla: diluvio de pañuelos. Concede el presidente la oreja; se resiste pero el clamor popular se impone: dos orejas. Eso sí, pone gesto severo y, a pesar de la petición, no da el rabo. Un taurino se indigna: «¡Qué falta de sensibilidad!» Le tranquilizan: «No importa. Hemos visto lo que hemos visto: ¡la faena ideal! ¡ahí queda eso!»
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